lunes, 19 de octubre de 2009

APORTE DE LA COMPAÑERA IDA VIDAL


POR RICARDO FORSTER
“Mientras que…”: una mirada en espejo
06-10-2009 / 



Ricardo Forster
Mientras que a lo largo de la década del ’90 nos cansamos de escuchar, una y otra vez, los anuncios del fin de las ideologías, de la muerte de la historia y de la volatilización de izquierdas y derechas. 
Mientras aquella década dominada por el relato triunfal del neoliberalismo desplazaba la política a mera gestión empresarial y desguazaba al Estado al mismo tiempo que despojaba al espacio público de su significación lanzando al estrellato al mercado y a la esfera privada. 
Mientras América latina atravesaba un nuevo viaje hacia la desigualdad y la injusticia en nombre, paradójicamente, de la democracia.
Mientras en nuestro país la convertibilidad se convertía en la gramática de los sueños primermundistas de amplios sectores de las clases medias que lo único que querían era vivir al día, despreocupándose al mismo tiempo del pasado y del futuro. 
Mientras los jóvenes clausuraban cualquier expectativa respecto de sueños y proyectos nacionales para hacer interminables colas en cuanta embajada estuviera abierta imaginando que sus únicas chances de realización quedaban en remotas geografías.
Mientras el carrusel de la fiesta menemista seguía girando hasta alcanzar incluso al seudo gobierno progresista de la Alianza que terminó de hacer el trabajo sucio que concluyó en el estallido del 2001.
Mientras todo eso y más sucedía, el país parecía estar en letargo, apenas sacudido por las protestas iniciales y profundamente originales de los primeros movimientos piqueteros que buscaban hacer visibles a los invisibilizados por un sistema de exclusión que corroía las entrañas del trabajo lanzándonos al desenfreno de la especulación.
Mientras el agujero negro provocado por la alquimia de neoliberalismo y cualunquismo mediático-cultural se desparramaba entre nosotros, el país se dejaba cautivar por la frivolidad y la tilinguería imaginando que la Meca de los sueños argentinos quedaba en Miami. Vacío y estupidez que no dejarían de marcar profundamente el imaginario cultural de una sociedad en estado de fragmentación. 

Si me detuve en esos interminables “mientras…” fue para intentar ejercer el siempre arduo y caprichoso ejercicio de la comparación histórica.
A esa década infame le siguió, con la fuerza de lo inesperado y de lo anómalo, un giro político que desde mayo de 2003 fue modificando, con movimientos zigzagueantes y espasmódicos pero con intensidades sorprendentes, la matriz de un país todavía atravesado por la memoria de la infamia y el embrutecimiento; de un país que había permitido que a las leyes de la impunidad le siguieran los indultos, que a la búsqueda que parecía imposible de la soberanía le siguieran las “relaciones carnales” y que a su memoria de la equidad y del trabajo le siguiera la más mortal de las desocupaciones de las que tengamos noticias unida a la desmantelación de gran parte del aparato productivo y de los bienes patrimoniales del pueblo argentino.
Algo de otro orden, un cierto “enloquecimiento” de esa misma historia de la que se decía que había hecho mutis por el foro para dejar su lugar a la triunfante globalización del mercado, reinstaló cuestiones olvidadas y volvió a iluminar zonas oscurecidas de una sociedad que parecía, de a poco y sin sacarse todavía de encima la somnolencia de tantos años de permanecer dormida, recuperar su capacidad para discutirse a sí misma. 
Porque de eso se trata. No de imaginarnos envueltos en un giro espectacular sino, más humildes y precavidos, descubrirnos en medio de un momento novedoso en el que estamos en condiciones de discutir lo que permanecía vedado; de un giro que, como decía antes, ilumina con otras luces lo oscurecido de nosotros mismos, aquello que no podía ni ser visto ni ser nombrado. 
Hoy vemos de qué modo se caen algunos velos, descubrimos con ojos entusiasmados escenas que permanecían enturbiadas por el relato de la dominación. 
Se desvela el núcleo ominoso de la hegemonía que ejercían y todavía lo siguen haciendo con impudicia los grandes medios de comunicación; se destraban los vínculos de sumisión que marcaban el derrotero de la relación con el Imperio abriendo las puertas de otra realidad latinoamericana; se quiebran los núcleos principales del discurso neoliberal, en particular aquellos que naturalizaban la lógica de la rentabilidad como factor único y último de la vida social, al mismo tiempo que se vuelven a recuperar derechos mancillados por la gramática de los gerenciadores de empresa que habían logrado convertir en “privilegios” lo que eran derechos históricos de los trabajadores. 
Se busca salir, aun con dificultades y contradicciones, de las “reglas inexorables” del mercado expuestas de modo permanente y terrorista por los economistas del establishment. Se vuelve a pensar en el trabajo, en la redistribución de la renta, en un Estado que sea capaz de intervenir y de regular para impedir, entre otras cosas, que continúe el proceso de concentración económica. Se vuelven a pronunciar palabras y conceptos olvidados o arrojados al tacho de los desperdicios. 
Todo esto viene aconteciendo mientras nos aprestamos a entrar en una semana de honda significación histórica allí donde nos encontramos ante el último tramo para alcanzar la tan esperada promulgación legislativa de la nueva ley de servicios de comunicación audiovisual. Como si después de tanto ajetreo, de tanto discurrir por caminos de alta complejidad y de intensos debates en los que se pone de manifiesto que las ideologías siguen insistiendo entre nosotros, pudiéramos mirar desde otra perspectiva el tiempo inaugurado en el 2003.
Un tiempo de recuperación, aunque todavía parcial, del espacio público y de revitalización de los lenguajes de la política; un tiempo para desgarrar los velos del encubrimiento y del olvido; un tiempo para permanecer atentos ante este inesperado “giro loco” de la historia que nos permite, bajo nuevas condiciones, recuperar y actualizar los relatos emancipatorios. Un tiempo, en definitiva, en el que los actores de la política se colocan de un modo más visible en los andariveles de aquellas ideologías supuestamente abandonadas por la fulgurante época de la globalización del capital. 
Quizás uno de las consecuencias más interesantes suscitadas por el debate en torno de la ley de medios haya sido, precisamente, la manera como los distintos actores de la escena argentina se colocaron.
 Vimos, con entusiasmo, cómo en la Cámara de Diputados se pudo constituir un amplio consenso que enhebró al oficialismo con los bloques progresistas y de centro-izquierda, bloques que comprendieron lo que se estaba poniendo en juego alrededor de la ley.
Pero también pudimos observar de qué modo se agrupaba la derecha liberal-conservadora y neomenemista, un agrupamiento que venía a expresar sus alianzas con las corporaciones mediáticas.
 En una escena no demasiado común en estos tiempos de vaciamiento y de homogeneidad discursivo-mercantil, pudimos ser testigos, y lo seguimos siendo, de un litigio fundamental, ese que gira, nada más ni nada menos, que alrededor de una redistribución más democrática e igualitaria de los medios de comunicación en una época del mundo en el que esos lenguajes se han instalado en el centro de la vida cotidiana. 

Casi todo queda por hacerse una vez que del litigio por las significaciones se pasa a la querella por la igualdad y la justicia; pero ese “casi todo” no desconoce lo que efectivamente se ha hecho que, siempre es bueno recordarlo ante tantas “almas bellas”, se hizo prácticamente contracorriente, desplazándose por caminos que la mayoría de la sociedad ni siquiera imaginaba como posibles y deseables.
 Se hizo contra la continuidad de ese “mientras…” que sigue insistiendo en el alma y en la práctica de muchos argentinos. No es poco aunque falte mucho. 

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